14 de octubre de 2013

Yo y mi heredada mediocridad


Esta es una lectura que quizá sea incomprensible o quizá comprensible pero inocua para aquellos nacidos a partir de los años ochenta, fundamentalmente porque dos aspectos básicos para el desarrollo humano como lo son la información y la comunicación la percibieron de forma muy diferente a los que nacimos un poco antes.

El internet comienza a estar disponible en Colombia en 1991 y si la memoria no me falla en sus primeros 10 años no llegó a tener un 20% de penetración, es decir, era un servicio para unos pocos con una banda “ancha” de 64 kbps algo que hoy nos causa hilaridad en aquella época era todo un hit. La telefonía celular llegó en 1994 y era claramente mucho más exclusiva que el internet, por ejemplo en 2000 se pensaba que en el mercado colombiano no se podría desarrollar un negocio prepago que permitiera masificar el acceso haciéndolo menos costoso basados en un modelo de economía de escala, fundamentalmente porque comparados con el poder adquisitivo de los habitantes del primer mundo los colombianos estábamos lejos de ser un mercado objetivo, adicionalmente el costo de los terminales  (celulares) era muy alto y no se podía creer hace 14 años que podrían conseguirse dispositivos de menos de USD20, eso era un sueño inimaginable, hoy inclusive para los que trabajan en el sector, les puede parecer mentira que esa era la realidad de nuestro mercado en ese entonces.

Adicionalmente al internet y los celulares los que fuimos niños en los ochenta teníamos acceso a solo 3 canales de televisión, luego llegó la parabólica con 5 canales más, claramente pirateados y el primer servicio de cable a finales de los ochentas no tenía más de veinte canales.

Así las cosas la percepción del mundo era diferente y el acceso a conocer algo diferente a lo que se veía en el colegio o en el barrio era mínima. Claramente había libros de historia, revistas como Selecciones y Mecánica Popular -que a pesar de su nombre no era muy popular- que permitían conocer algo del mundo y  de lo que en el pasaba , pero realmente vivíamos de los mitos urbanos, esos eran nuestro internet, el cuento que dice que… el mundo es… lo que veíamos en las películas de Ninjas no sabíamos si era mentira o verdad, yo nunca creí que fuera posible saltar tan alto y tener tanta efectividad con una estrella metálica, adicionalmente que los chacos, para mi, no eran un arma sino un instrumento de gimnasia artística.

En mi infancia jugaba futbol y realmente no había muchas acrobacias que se pudieran hacer con un balón, lo que hoy se conoce como freestyle soccer no era una posibilidad, era literalmente imposible pensar que alguien pudiera no dejar caer el balón en menos de veintiún golpecitos, esto que se ve en el siguiente video sería, en aquella época, catalogado como un fraude sin lugar a dudas:





También montábamos bicicleta donde lo más arriesgado era bajarse las escaleras del edificio en ella y algún ciclista extremo que era capaz de saltarse un tarro de leche Klim y montar en una sola llanta. Estos maestros del BMX no existían, lo que verán en el video así como lo que vieron en el de fútbol era inimaginable, de lo único que estoy seguro es de que seguramente el que hiciera este tipo de acrobacias en los ochenta sería señalado de tener un pacto con el diablo porque desafiar la física de esa forma en mi época era un imposible.




En aquella época creo que nos hicieron un daño, claramente a unos los perjudicó más que a otros, los valores  profesionales se cimentaban fundamentalmente en el conocimiento que significaba poder y por otro lado en la inteligencia.

La inteligencia tenía un valor que permitía que se abusara de ella, eso es el verdadero virus que da origen a esta pandemia. Claramente porque venimos de una época donde todo estaba limitado, no pensábamos en lo imposible en consecuencia crecimos en espacios donde la “verdad absoluta” existía y conocerla era tener el “poder” de ahí esa oleada de posgraduados que comenzó con el 2000 y de ahí esa cantidad de no posgraduados nacidos en los cincuentas y sesentas que estaban más aferrados a la idea de que lo importante es ser inteligente.

Hoy estoy seguro de que la mediocridad nos abraza, nos hace parte de ella, no nos deja un segundo porque hay varios valores o principios que no nos cultivaron que son ajenos a la inteligencia y a la información.

Esos ingredientes son pasión, constancia y disciplina, cuando veo cualquier práctica de freestyle veo eso, no inteligencia y conocimiento únicamente, pero cuando veo mi vida y la de otros asociada a lo que es nuestro día a día profesional me encuentro con muy poca dedicación a observar, pensar, analizar y profundizar sobre el trabajo, todos los procesos se platean con resultados a máximo un año y por lo general deben ser en un mes, eso hace que no se de realmente una transformación y mucho menos que los resultados se acerquen a la perfección por lo tanto las buenas idea se terminan abortando si demandan un esfuerzo mayor a treinta días, quizá basado en la naturaleza femenina, y  en el origen de la vida humana.

Pero  cuando vemos a estos “freestaleros” brillantes y exitosos, nos encontramos que su nivel de destreza lo desarrollaron con prácticas diarias no menores a ocho horas y con mínimo 5 años de práctica ininterrumpida, pero nosotros pretendemos hacer algo digno de admirar en treinta días ese es todo el empeño y dedicación que somos capaces de platear en un proyecto.

Hoy en día nos encontramos con ingenieros sin ingenio, con MBAs pero no son maestros de nada, dando por lo general  debates superficiales y basan su habilidad profesional en un “confundir” para “reinar”, olvidándose por completo de lo romántico y porqué no artístico que debería resultar cualquier práctica profesional, basada en la búsqueda de la perfección por muy inalcanzable que esta sea.

Hoy las horas en la oficina se destinan para que la gente haga las cosas de forma mediocre, tan mediocre como el sistema organizacional garantice su permanencia en ella, compartiendo el tiempo laboral con la programación de las vacaciones, la compra del próximo carro y descargando el veneno interno con los compañeros, manifestándoles su frustración frente a lo difícil que es el trabajo, lo injusto que son los jefes y quizá también la compañía, buscando eco a su maldita existencia, pero jamás ponderando el valor que tiene la empresa por pagarle el salario sino juzgándola por lo que se quisiera que fuera.

Seguramente dentro de ese universo de seres inteligentes, instruidos y poco disciplinados triunfan los que confunden. Sin embargo, para mi no es una opción vencerme y actuar de la misma forma porque sería  como robar porque a  mi me han robado.

Y seguramente si nosotros no entregamos todo lo que podemos entregar porque no nos apasiona lo que hacemos, seguramente no recibiremos todo lo que nos mereceríamos si lo hiciéramos con amor, disciplina y excelencia.

Ojalá se inventen una práctica Freestyle enfocada en la vida y en el trabajo para comenzar ya mismo a practicarla, mientras tanto tocará seguir peleando para que la mediocridad no me gane la partida.