Creo que hoy es uno de esos días donde el poco sentido del humor que tengo salió corriendo al verme tan aburrido.
Y es que quién no se aburre al ver un mundo en donde el criterio se perdió. Ahora parece que tener criterio no es un derecho sino se convirtió en un deber y es el de adoptar el criterio del otro dejando de lado la posibilidad de construir uno propio.
Es así como flotamos en un mundo donde la forma lo es todo, donde la gente opina sobre: arte, moda, política, religión, cine, literatura, filosofía, tecnología, negocios, etc., con el criterio de otro y el pobre diablo disidente de ese mundo superfluo y seudointelectual, aquel que hace uso de su derecho a discernir y pone a trabajar su cerebro es juzgado y señalado por personas sin el más mínimo criterio, simples marionetas manejadas –generalmente- por los medios de comunicación que se encargan de favorecer marcas, ideales políticos y “principios” porque claramente de esto viven, de la publicidad y del grupo económico al que pertenecen.
Si nos damos cuenta tenemos un mundo lleno de posibilidades, el cual vemos a través de esa ventana llamada internet, sin embargo el criterio no se amplia, la gente se dedica a repetir lo que otros dicen y comienzan a juzgar -derrochando ignorancia por doquier- sin darse la oportunidad de considerar la calidad de esa información que están recibiendo.
Recuerdo un evento en el cual invité a comer (comida: cuarta acepción f. cena) a una amiga y pasamos por un lugar donde había muchos restaurantes y al pasar por uno de ellos me dijo que si entrabamos porque le gustaba la cocina peruana, entramos yo le advertí que no lo conocía.
Realmente fue la comida más aburridora de mi vida, esta persona decía que eso no era peruano a pesar de que el chef salió y no podía haber nada más cholo que él, cuando mi querida amiga profundizó en el tema y me preguntó que a qué restaurante peruano había ido, le respondí que a ninguno, y de inmediato en tono un poco despectivo –para mi gusto- me sugiere visitar un restaurante que según ella era “el mejor restaurante peruano de Bogotá”.
Casos como esos son los que demuestran ese mundo superfluo del cual hablo, yo realmente en Bogotá no había ido a ningún restaurante peruano, pero he estado en varios reconocidos restaurantes de Lima (comentario que preferí no hacerle) y ciertamente la comida, de aquél restaurante de la Macarena, no se parecía mucho en términos de la presentación a lo que yo había visto antes, sin embargo el sabor estaba bien y la sazón no era para nada mala.
Es ahí donde se demuestra lo obtusos, que por momentos, algunos jueces de la vida terminan siendo, si las cosas no se parecen a la idea que se “aprendieron” de inmediato, con tono sofisticado, lanzan un juicio basados en la forma no en el fondo, no se valora la creatividad lo importante hoy es repetir, así sea mal. Finalmente el restaurante gano un cliente y yo “perdí” una amiga.
Y este afán de sofisticación ha terminado por joder hasta el idioma y llevar a un nivel de “corronchería” extrema la comunicación diaria, resulta que “las únicas que ponen son las gallinas” entonces ya no se ponen bluyines sino se colocan jeans; ya no se echan una crema humectante, se aplican un tratamiento hidratante; ya nadie tiene nada, ahora lo poseen. Y en el mundo empresarial es igual ya no se dice “cuéntele a todos” la expresión es “socialízalo con tu equipo”; ya no se dice “voy a hablar con su jefe” ahora lo van a escalar; ya no hay que “dejar la terquedad” sino que hay que “romper paradigmas” y así me podría quedar dando ejemplos.
Quisiera pensar que este blog lo leen muchas personas y lanzar una demagógica frase como “van a chillar los ricos con este post y les va tocar aprender a tener criterio”, por fortuna son pocos los lectores y creería que la mayoría va a compartir la “posición editorial” (hay que sofisticarse), porque seguro se toman el tiempo para leer, quizá si estuvieran comiendo sushi y divirtiéndose con el Instagram subiendo las fotos de sus rollitos que por mi se los pueden seguir metiendo… de un solo bocado, no tendrían espacio para dedicar a prácticas tan poco sexis como leer.