Recuerdo como si fuera ayer la campaña hecha en 1992 por los curas jesuitas del colegio en el que estudiaba, se llamaba “En busca de nuestra verdadera identidad” en conmemoración de los 500 años del descubrimiento de América.
En ese entonces, ya de eso algo más de veinte años, no había celulares ni internet y la información que disponíamos era la que muy generosamente nos suministraban en el colegio, guías de trabajo y bibliografía alimentaba esa sangre indígena que llevo dentro y me aventuraba a luchar contra el esnobismo de la época que no era más que querer tener unos tenis Nike o Reebok y una camiseta Op o Gotcha creo que en ese entonces el concepto esnob no era muy fuerte era algo más relacionado como con el capitalismo Yankee, claramente nada tenía que ver con una lucha anti-imperialista porque sobra recordar que esos conceptos de izquierda no retoñan en un aula jesuita.
Tanto esfuerzo perdido, porque lo cierto es que la globalización no ayudó a que comprendiéramos nuestra verdadera identidad, una identidad que más parecía, en aquella época, una colcha de retazos. Deberíamos ser indígenas pero no lo aceptamos, es más, ni siquiera respetamos la cultura indígena, al indio lo queremos “culturizar” como si su cultura no lo fuera, como si estuviera equivocado, como si necesitara que lo ayudáramos a entender el mundo para que fuera más feliz.
Ese concepto tan arraigado en nosotros de tratar de convencer a los otros a las buenas o a las malas es parte de nuestra historia y paradójicamente es de lo que más nos dolió y costó pero sin embargo lo replicamos con gran habilidad.
Nosotros éramos unos indígenas, tranquilos, frescos y en conclusión relajados, esa violencia centroamericana no nos caracterizó, no me refiero a la de las maras sino a la de los Mayas. Un día como lo saben llegaron y nos cambiaron oro por espejos, nos pusieron a trabajar gratis, violaron a nuestras mujeres, nos enseñaron lo insoportable y mortal de una enfermedad venérea, nos “evangelizaron” eso fue algo más o menos pasar de creer en el sol que nos alumbraba y calentaba por un dios al cual hay que temerle.
Pero bueno así somos nosotros. A mediados de los años cincuenta el colombiano bien, era más europeo que indígena, estudiar en Europa era característico de las clases altas bien valdría la pena entender la posguerra de Francia y el porqué realmente hay transformación del pensamiento y la reconstrucción de una nación desde lo intelectual un existencialismo estructurado a partir de una historia dura pero sin duda una pagina que pudieron pasar desde las ideas.
Pero no pasó mucho tiempo para que todo eso perdiera peso llegaron los sesentas y la psicodelia le ganó a lo intelectual y refinado del estilo europeo y se le dio paso a un movimiento filosófico absolutamente místico y profundo, el hipismo, basado en conceptos muy complejos y quizá difíciles de interiorizar, la paz y el amor, no es más, las fuentes de inspiración no eran sino marihuana y LSD aunque hay que reconocer que lo swingers de hoy deben darle gracias a la liberación sexual de los sesenta, porque qué sería de ellos sin el movimiento hippie, seguro hay un trasfondo “interesante” para analizar como la guerra de Vietnam, pero a donde voy es que ni la segunda guerra mundial, ni la guerra de Vietnam nos correspondieron como para que nos movieran a hacer algo o simplemente a pensar diferente.
Si nos ponemos a pensar lo más relevante de toda nuestra historia colombiana se la llevó un caraqueño, Simón Bolívar, de resto que podemos decir si nosotros no peleamos contra la ocupación Nazi ni contra vietnamitas, nosotros tenemos una cultura tan pobre que nos matamos entre colombianos por más de sesenta años y de eso no se estructura ninguna corriente intelectual y filosófica como el existencialismo como tampoco un movimiento hedonista como lo fue el hippie.
Nosotros somos una fabrica de violentos, acá somos tan graciosos y patéticos que hay una época de “La Violencia” y era entre Liberales y Conservadores y esa violencia nunca se ha acabado solo se transformo porque luego se concentra a historia de violencia entre grupos guerrilleros que se querían tomar el poder a través de las armas, luego hay narco-guerrilleros que se matan con paramilitares y en simultanea carteles de narcotraficantes que se matan por rutas con otros carteles compatriotas, y luego toda esa mierda muta y convive pero con un titulo rimbombante como nos gusta a nosotros, Las Bacrim más colombianos matando a otros por plata y poder, porque acá no nos importa nada más.
Lo único autentico que tenemos en Colombia y son nuestros dignos representantes en el mundo son los traquetos y las prepagos, esas mezclas de blin-blin y poncho solo se ve acá, hay que reconocerlo; las acompañantes con paisajes en las uñas, sandalia plateada, teta y culo de silicona con cartera LV con el diseño de CH solo lo producimos nosotros, se llama “nadie se da cuenta descrestemos al mundo”.
Pero lo más divertido de todo es que uno ya no tiene que aprender para ser una persona culta o por lo menos decente, lo que hay que hacer ahora es desaprender lo que le enseñaron en la casa para que no le digan a uno que es un indio, iguazo, corroncho, guiso o algo peor.
Recuerdo que a mi me enseñaron que uno no debía embutirse a la hora de comer, que el pedazo de comida que iba a llevar a la boca no debí superar la cavidad bucal, es decir, que esa vaina de rellenar los cachetes de comida era de mala educación, luego me enseñaron que en un restaurante no ponían salsa de tomate, mayonesa o mostaza porque era dañar un plato que un chef experto preparó con las medidas justas para que quedara perfecto y que en caso en el que la comida, por lo general rápida, lo permitiera deberían echarse las salsas en cantidades mesuradas, lo excesos no son convenientes y algo peor resultaban ser de mal gusto.
Ayer justamente estaba en un restaurante y llegó una pareja de persona que se veían algo humildes y fueron objeto de burlas por los “cultos” meseros del establecimiento, tanto ella como él partían sus alimentos con cuchillo, había una salsa para acompañar pero no tenían un cubierto que les permitiera hacerlo por lo que con dificultad sacaban con el tenedor la salsa para darle algo más de sabor a su comida. Realmente si se veían un poco incomodos, llamaban la atención de los meseros por esto y esta situación fue la que me llevó a volver a escribir después de tanto tiempo.
Eran colombianos como yo, educados como a mi me educaron pero con la mala fortuna de no saber que es súper play impregnar la comida en salsa, embutírsela sin partirla y disfrutarla porque está cruda. Hoy es más importante saber comer sushi, a pesar de lo desagradable que se ven los cachetes inflados, que comer decentemente, es casi un pecado social rechazar el sushi, yo lo hago, claro después de haber probado miles, ante la insistencia de más de doce años del mundo que no entiende que no me gusta. Reconocer que no hay nada que me guste de eso, me hace sentir muy bien, muy indígena y dignamente indígena, me puedo comer una morcilla sin que la partan en rodajitas como el sushi, con la mano y sin embutirme, pero las tripas y la sangre de cerdo si son lo mío definitivamente, debe ser por eso que en Instragram no tengo seguidores.
Ojalá algún día realmente seamos dueños de nuestra propia identidad como sociedad somos tan desinteresados con nuestra cultura que finalmente siempre seremos esta desagradable colcha de retazos que nos hace ver como un bus interveredal lleno de crochet e imágenes religiosas, esa chiva que nos avergüenza tanto que nos mofamos de ella llenándola de borrachos aguardienteros disfrutando el perreo en una fría noche capitalina es la cultura que hemos construido, no podemos hacer nada más interesante que eso, que triste es saber que nos sentimos de mejor familia yendo a comer a un restaurante que no es más que una inmóvil chiva en la que todos entran vestidos con las más finas marcas del mundo a exhibirse, qué ironía, no? No nos gusta ir a la plaza de mercado a comer por popular pero nos encantan que nos construyan una para sentirnos “populares” pero no por parecernos al pueblo sino por diferenciarnos de él.
2 comentarios:
Quiero decir que me ha costado comentar, tanta ilustración sobre alimentos y preferencias gastronómicas me desvían del punto central. Recuerdo y cito con oportunidad a Gabriel García Márquez “Quise dejar constancia poética del mundo de mi infancia, que transcurrió en un casa grande, muy triste, con una hermana que comía tierra y una abuela que adivinaba el porvenir, y numerosos parientes de nombres iguales que nunca hicieron mucha distinción entre la felicidad y la demencia”. y Usted quiere dejar constancia gastronómica. Grato sabor volver a leerlo.
Muchas gracias por tu comentario. Realmente,a pesar de mucho esfuerzo, no logré encontrar las palabras justas para poder responder con la gratitud necesaria tan original comentario que me hizo ubicar mi "obra" justamente entre dos grandes Gordon Ramsay y Gabo... Saludos.
Publicar un comentario