26 de enero de 2014

De Usaquén a Mocoa

Hoy hay una gran preocupación por la autoimagen de las mujeres, las más hermosas y esbeltas se siguen sintiendo feas a pesar de los grandes esfuerzos que hacen por lucir cada vez más bellas así la anorexia y la bulimia se convirtieron en el pan viejo de cada día en los hogares colombianos.
Pasa lo mismo cuando se trata de la visión que cada uno tiene del país, algo que afecta tanto a hombres como a mujeres pero seguimos impávidos ante esto. Los medios -como con la imagen de las mujeres- se encargaron de vender una realidad distorsionada obligándonos a preocuparnos por lo lindo y a ignorar lo feo.

Solo se necesita mirar el tema vial para darse cuenta de lo que está pasando. Hace ya cerca de dos años en la carrera 11 con 98 en Bogotá la loza se hundió, tuvimos que soportar semanas enteras de noticias nacionales hablando sobre esta compleja situación que afectaba unas pocas cuadras de un exclusivo sector bogotano, sin embargo el despliegue mediático fue absolutamente desproporcionado si lo comparamos con los verdaderos problemas viales del país.

A principios de enero decidí ir a conocer el Putumayo y aventurarme a pasar desde Mocoa hasta Pasto por esta carretera llamada, tristemente, el Trampolín de la Muerte con el único fin de saber si se trataba o no de un mito. El único mito que encontré es que le dicen carretera a un camino de herradura no apto para carros y mucho menos para vehículos de mayor tamaño a pesar de esto es transitada mayoritariamente por camiones y buses.



Cuando las mujeres ricas y hermosas tienen problemas al respirar ocasionados por tabiques desviados, cornetes o algo similar son sometidas a intervenciones quirúrgicas las cuales, por lo general, son aprovechadas para hacerse algún tipo de retoque estético. Así mismo sucede con las vías en una ciudad como Bogotá en donde se gastaron en un puente cercar de 30 mil millones de pesos,  tres años en construcción y uno adicional para habilitarlo con el único propósito de beneficiar  a unos pocos bogotanos que se veían agobiados al tener que esperar el cambio del semáforo en la carrera novena con la calle 106.

Pero a quién le importa que comunidades enteras como la de Mocoa y la pastusa se vean sometidos a durar seis horas cruzando 100 kms. para lograr tener acceso a educación, a un empleo y paradójicamente a la salud, entendiendo, que transitar esta carretera implica arriesgar la vida. Sin duda someter a una población a esta atrocidad vulnera varios derechos fundamentales.

Esta carretera, utilizando la misma analogía de las cirugías, es la cura a una afección de tabique resuelta con una traqueotomía la cual dejaron sangrando en cada curva y que poco a poco se va pudriendo. Sin embargo el país que vemos en los medios no es el de las víctimas reales del subdesarrollo en infraestructura vial ni el de los que mueren a raíz de estas deficiencias como consecuencia del abandono estatal. El que nos muestran es un país de dificultades que hacen ver como grandes problemas, cuando en realidad, no afectan sino que incomodan un poco a la elite bogotana.

¿Hasta cuando los gobernantes de este país se seguirán preocupando más por las espinillas en las espaldas de los privilegiados que por el cáncer en los corazones de los otros que son la mayoría?


Estamos a tiempo de analizar bien por cuál “doctor” debemos votar.