El no tenía más de treinta años y ya había perdido la fe, suplicó por unas monedas, un hombre de buen vestir que pasaba, le dio lo que pedía, limosna, fue así como recibió aquellas cien monedas de oro, delirante de alegría, no pudo contener el llanto y le agradeció a Dios, pero Dios ya no podía escucharlo, era muy tarde, aquel pobre hombre con sus cien monedas en el bolsillo, no pudo escuchar la condición, ensordecido por el brillo de las monedas y por su mediocridad, había vendido su alma y Satanás era ahora el dueño.
2 comentarios:
Y dónde puedo vender la mía?
No se preocupe en cualquier momento le llega una buena oferta.
Gracias por el comentario.
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